Léeme

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lunes, 9 de enero de 2012

Capítulo 1

Todo en mi vida era normal: mi familia, mis amigos, mi colegio, mis compañeros de clase... Pero en algún momento, algo falló.
 Con siete años, mis padres murieron y, años después, tuve que mudarme a San Andrés, una región del Caribe. Hasta ese momento, yo había vivido en Nueva York, con mis padres, pero un incendio lo había desmoronado todo. Aún recordaba esa noche con total claridad.
El humo, el fuego, los gritos, las sirenas... todo parecía tan lejano ahora...
Me desperté con los gritos de mi madre, Rebecca.
-¡Tanya! ¡Por Dios, Tanya, despierta!
-Mamá... sólo cinco minutos... -susurré.
-¡Tanya, vamos! ¡La casa se está quemando!
En ese instante, abrí los ojos. Sólo podía ver humo y fuego. Me levanté a trompicones y me dirigí a la puerta de mi cuarto, pero una viga cayó, cortándome el paso. Supe que iba a morir.
-¡Mamá! -grité-. ¡Mamá, no puedo salir, por favor, ayúdame!
Sólo tenía siete años, no podía comprender que ella ya no iba a responderme.
Justo cuando lo creía todo perdido, vi los ojos de mi salvación. En mitad de la oscuridad, pude ver unos ojos verdes, pertenecientes a una sombra negra. Cuando me tomó en brazos, perdí el sentido.

Después de eso, me volví una niña reservada y tímida. Meses después, me adoptó una familia rica, que vivía en Los Ángeles: los Hooker. Esta familia estaba formada por Victoria (la madre), Jack (el padre), Liliana (la hija) y Austin (otro niño adoptado). Victoria, era la típica mujer millonaria que viste de Gucci, Prada y Armani y solo quería ser el centro de atención; tenía 38 años. Jack, era el padre que se pasaba todo el día en la oficina y no llegaba a casa hasta la noche; tenía 42 años. Liliana, era como la madre, pero en miniatura, con 18 años. Y, por último, estaba Austin, el único miembro de la familia Hooker con el que realmente me llevaba bien. Había sido adoptado tres años antes que yo, y tampoco soportaba a su familia de acogida. tenía 16 años. Luego estaba yo... Una chica morena, bajita, de pelo moreno y rizado, con ojos azules. Lo único que yo quería era cumplir 18 años para poder irme de esa maldita casa. Tenía 15 años.

Volviendo a la historia, os contaré cómo cambió todo.
Acabábamos de llegar a San Andrés, aún no habíamos comenzado a instalarnos. La casa era enorme, (¡cómo no!), y solo estaba a tres manzanas de la playa.
Entré en mi habitación, dejé las maletas en el suelo y me tiré a la cama en plancha. Segundos después, alguien llamó a la puerta.
-¿Sí? -pregunté amodorrada.
-Tanya, soy yo... Austin.
-Pasa -dije sin moverme.
Oí como se cerraba la puerta de nuevo, y abrí los ojos. Recibí a mi hermano favorito con la mejor de mis sonrisas.
-Hola, enana -sonrió.
-¿No estás cansado? -pregunté-. Porque yo estoy frita.
Puso los ojos en blanco mientras se tumbaba a mi lado.
-En serio... -bostecé.
Comenzó a reírse.
-¿Te apetece ir a dar un paseo por la playa? -preguntó.
-Me encantaría... pero sabes que estoy castigada dos meses...
-¿Aún? ¿Por aquella tontería?
-Sí... -suspiré.
-Pues nos vamos de todas formas -se levantó, sonrió y me tendió la mano.
Yo la tomé y le devolví la sonrisa.
-Cuando volvamos nos la vamos a ganar...
Salimos de mi cuarto, bajamos las escaleras y nos dirigimos a la puerta.
-¡Tanya! -nos detuvo Jack- ¿Dónde se supone que vas?
-Se viene conmigo -contestó Austin.
Lo miré, con un cariño infinito. Le apreté la mano.
-¡De eso ni hablar! -exclamó nuestro padre adoptivo.
-Mira, ¡ya está bien! -estalló Austin- ¡Os lavamos la ropa, os hacemos la comida, limpiamos la casa...! Nos vamos te guste o no, o entonces nos largaremos de aquí y no volveréis a saber nada de nosotros!
Se dió la vuelta y tiró de mí, para irnos. Salimos y nos dirigimos a la playa. No intercambiamos opiniones durante el camino.
Una vez allí, nos sentamos en la orilla, descalzos. Comencé a llorar y apoyé mi cabeza en su hombro.
-Tanya, no llores -susurró-. No merece la pena.
En ese momento, llegó a nosotros un balón. Austin lo cogió, se levantó y se dirigió a un grupo de chicos, para devolverlo. Vi cómo hablaba con ellos, cómo sonreía y me señalaba. Después, me hizo señas para que me acercara. Cuando llegué junto a ellos, me sonrieron todos.
-Hola, soy TJ -se presentó un chico rubio, de ojos negros, que iba en bañador y llevaba una tabla de surf.
-Tanya -sonreí.
-Estos son Jennifer, Rosalie, Heidi, Maria, Mathew, Justin y Alejandro.
-Hola -saludaron a coro.
Austin me pasó el brazo por la cintura.
-Hey, Tanya -dijo TJ-, ¿te apuntas a coger unas olas? ¿Sabes surfear?
-Mmm... claró que sé. En los Ángeles gané bastante competiciones -sonreí.
-Entonces, ¿vienes? -preguntó Justin.
Miré a Austin.
-Ve, yo estaré aquí -dijo.
Le di un beso en la mejilla y fui con TJ y Justin.
Me prestaron una tabla y estuvimos un rato cogiendo olas. Mientras salíamos del agua, íbamos hablando.
-¡Hey! -me llamó TJ-. ¿Y desde cuándo estáis juntos Austin y tú?
-¿¡Qué!? -exclamé-. ¡¡No estamos juntos, somos hermanos!!
Entonces, comencé a reírme con ganas... Después, Justin y TJ me ahogaron.
Salimos del agua riendo y nos reunimos con los demás.
-Oye, Tanya -dijo Rosalie-, ¿en serio soys hermanos? No os parecéis en nada...
-Ya -dije-, somos adoptados.
-¿Qué? ¡Me encantaría oír esa historia! -exclamó María.
Entonces, se me agolparon las imágenes en la cabeza.
Fuego. Humo. Gritos. Silencio. Muerte.
Cerré los ojos y una lágrima traviesa rodó por mi mejilla. Me giré bruscamente y comencé a caminar hacia la salida de la playa.
-¿Qué he dicho? -preguntó María.
-Tranquila -dijo Austin-, sólo quiere estar sola.
Salí de la playa y me adentré en el pueblo. Recorrí cada rincón, cada calle, cada parque, hasta que llegué a un banco solitario. Me senté en él y comencé a llorar, como nunca lo había hecho. Nunca había gritado del dolor que sentía por dentro, esa vez fue la primera.
Cuando me relajé, me levanté para volver pero, cuando me puse de pie, me quedé helada: desde un rincón en sombras me observaba alguien. Sólo podía ver unos ojos verdes.
-Tú... -susurré-, debo de estar soñando.
-Sabes que no -dijo él.
Tenía voz suave y acariciadora.
-Tú me salvaste -susurré de nuevo.
Salió de la oscuridad y se acercó a mí.
Era alto, moreno de piel, rubio... y sus ojos...
-Veo que me recuerdas -dijo sonriendo.
-¿Cómo olvidarte?
Tendría unos diecinueve años.
<<Espera>>, pensé. <<¿Cómo puede tener diecinueve si yo tengo quince y cuando me salvó...?>>
-No has cambiado... -concluí en voz alta.
-Muy suspicaz -sonrió fríamente-. Qué lástima que tenga que matarte.
-¿Qué? -exclamé.
<<Alguien que me salva la vida, luego quiere matarme.>> No le veía sentido.
-Pero aún no es el momento. Todavía no tengo ningún motivo.
-No te entiendo -dije.
-No hace falta que lo hagas.
En ese momento comenzó a llover. El agua caía abundantemente, pero ninguno de los dos nos movimos. Al final, aparté la mirada, incómoda.
-Al menos dime por qué quieres matarme, ¿no?
-Aún no quiero matarte -sonrió de nuevo.

Me di la vuelta, molesta, y comencé a caminar hacia mi casa.
-Espera -dijo-, ¿quieres que te lleve?
-Claro -ironicé-, y ya me matas por el camino. No, gracias.
Me cogió de la muñeca.
-Ya te he dicho que aún no quiero matarte.
-¿Primero me salvas y ahora quieres matarme? Genial. ¡Y encima quieres llevarme a mi casa! ¿Pero tú de qué vas? Piérdete y déjame en paz.
Me solté de un tirón y continué caminando hacia mi casa. Segundos después, un Ferrari negro dio un frenazo y derrapó, colocándose delante de mí y cruzándose en mi camino.
Se bajó la ventanilla.
-Sube -dijo él.
Me resistí, pero su mirada era amenazadora. Subí al coche. Guardamos silencio durante el trayecto. Le miré: iba vestido de negro, con una camiseta de manga corta ajustada y unos pantalones largos.
Me miró y sonrió, pero esta vez socarronamente. Esa sonrisa torcida me volvió loca. Llegamos, y salí del coche.
-Espera -dije-, ¿cómo te llamas?
-Christian.
-¿Volveré a verte?
-Cuando quieras, preciosa -me guiñó un ojo.
Dicho esto, subió la ventanilla y pisó el acelerador.

lunes, 28 de noviembre de 2011

Nada Es Un Sueño: Prefacio.

¿Cómo había llegado allí? No tenía ni idea. Sólo podía recordar unos ojos azules como el hielo, unas alas blancas, enormes... ¿un ángel? ¡Era estúpido! No existían los... ¿Y yo? Habían dos alas de plumas blancas que salían del centro de mi espalda.
<<¡No! No, Tanya. ¡Sabes perfectamente que no es posible!>>, me decía a mí misma.
Yo, ¿un ángel? No. Era imposible.
¿Cómo me habían traído a este lugar? No había cielo, no había suelo...nada. ¿Eso era? ¿La nada? Tampoco, había luz y... ¿La Luna? Estaba demasiado cerca. Pero parecía la luna, aunque de un color rojizo. Obviamente no estaba en la Tierra.
Escuché un aleteo, y un viento helado me sacudió de arriba hasta abajo. Cerré los ojos y me encogí sobre mí misma. Estaba muerta de miedo.
-No tengas miedo -dijo alguien detrás de mí-. Sólo te he rescatado -esta vez sonó más cerca.
Abrí los ojos y me di la vuelta. Era él. Un chico alto, de unos veinte años como mucho, vestido de blanco. Sus ojos eran azules, como el hielo, y su pelo era blanco, como sus alas.
-Eres tú -susurré-. ¿Por qué...?
-No sabes nada -me cortó-. Era la primera vez que volabas, ¿verdad?
-¿Perdón? -¿Yo? ¿Volar? Era imposible-. No... No te entiendo...
-No lo recuerdas -era un afirmación, no una pregunta.
Él sabía más que yo. Incluso de mí misma.
-No sé qué ha ocurrido... Seguramente esté soñando -susurré.
-¿Soñando? -preguntó confuso-. Ah, ya veo...
>> Tanya, eres el último ángel de la Tierra, no puedes creer en los mitos y leyendas humanos. Sólo son eso: leyendas.
>> Tienes que dejar las costumbres humanas, porque no eres humana.
-¿Dónde estamos? -pregunté.
-En el punto intermedio entre el Cielo y el Infierno. En un mundo sin final.
-¿Cómo vamos a salir de aquí si no tiene final?
-Eres un ángel. Tú no tienes límites. Sígueme.
Comenzó a aletear.
-Intentando escapar de un mundo sin final, a quien se lo cuente... -suspiré, bromeando.
Su risa angelical resonó entre la niebla.

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Aquí comienza mi novela: Nada es un Sueño.
Espero que os guste, que comentéis y que me siga mucha gente *_* jejejej